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La naturaleza y el sentido de la vida

Un día cualquiera de agosto, en cualquier ciudad ruidosa y contaminada, en una pequeñísima grieta en el asfalto de una transitada calle, crece una pequeña planta. Tiene escasas posibilidades desarrollarse en un entorno tan hostil. Nadie se percata de su existencia. Muy probablemente será pisada por los transeúntes. Pero se recuperará y seguirá creciendo en dirección al sol (las plantas tienen más sentidos que las personas y uno de ellos es el fototropismo, no tienen ojos pero siempre saben dónde está el Sol). Independientemente de las condiciones que le ha tocado vivir, la plantita seguirá la ley básica de la Naturaleza que no es otra que intentar proteger su propia vida y si es posible, crear más vida.

Puede que nuestra plantita muera en unas condiciones tan difíciles.  Pareciera que no ha habido justicia ella, no ha tenido muchas posibilidades. Pero a la vida no le importan los individuos de forma aislada sino su manifestación global, contiene muertes y nacimientos y fructifica en una abundancia sin fin.

La Naturaleza no necesita el permiso ni la aprobación de nadie para crear un nuevo individuo en cualquier circunstancia y lanzarlo a su corriente, ni tampoco para sacarlo de la corriente cuando llega el momento. Los seres humanos necesitamos motivos, propósitos, esfuerzos, recompensas, justificaciones, premios, metas… la naturaleza no.
Si la plantita logra prosperar en esa pequeña grieta creará una preciosa flor y esparcirá sus semillas. No dilapidará su energía en lamentarse de sus difíciles condiciones, sino que cumplirá con su misión en la vida. ¿Cómo podríamos las personas aprender de esta plantita?  Ella, a pesar de vivir tanta adversidad, ha creado una delicada y aromática flor con pétalos de color violeta azulado, estambres amarillos y su delicado pistilo. Su mejor flor. Y además elaborará un sabroso néctar para los insectos. El néctar no tiene ninguna utilidad directa para la planta. Sirve única y exclusivamente para atraer a los insectos polinizadores. Es un regalo a cambio. La vida que da vida a la vida.
Quizás nadie la vea nunca a esta plantita, nadie la reconozca ni la aprecie, pero esto no le impedirá florecer y dar fruto. La misma energía imparable que la mueve es la que nos mueve a nosotros en la medida que somos parte de la naturaleza. Sin embargo, nuestra resistencia a aceptar las cosas como son, nuestro continuo lamento y nuestra necesidad de premios nos hace débiles y nos convierte en desgraciados.

A los seres humanos se nos ha otorgado la autoconsciencia. Tenemos propósitos individuales más allá de los que la vida expresa a través de las leyes naturales. Y al mismo tiempo somos parte de la naturaleza, no nos la podemos saltar. Nuestra vida no es una propiedad individual. Somos parte de algo más grande. ¿Una neurona puede preguntarse cual es el sentido del cerebro? Participamos de una pequeña porción de la realidad y sólo en esta proporción podemos entenderla. Algún día dejaremos de existir como individuos y puede que también como especie pero la vida continuará manifestándose en nuevas formas ya que su propósito último no parece ser otro que el de perpetuarse a sí misma.

¿Cómo podemos hacer para vivir acorde con las leyes de La Vida en mayúsculas y al mismo tiempo satisfacer nuestras necesidades y aspiraciones individuales?  ¿Cómo compaginar estas dos tendencias? Cuando nos experimentarnos a nosotros mismos como un “yo” separado del todo nos sentimos aislados, en una especie de cárcel.  Anhelamos abrirnos a algo más grande, al amor, a la pertenencia, a descansar en la fusión… y al mismo tiempo necesitamos proteger nuestra individualidad, originalidad y diferenciación. Entre estas dos fuerzas danzamos.

A menudo nos quedamos enganchados en resolver los problemas inmediatos, en tapar agujeros, en los síntomas que nos desbordan. Cuando esto pasa es de gran utilidad parar un momento. Tomar distancia de lo inmediato y reconectar con nuestra esencia primigenia, ir a lo amplio, a la naturaleza que nunca hemos dejado de ser. Dialogar con ella y encontrar en ella el sentido y la fuerza.

Cada uno de nosotros es una expresión única. No hay en todo el planeta dos iris iguales. No hay dos huellas dactilares iguales. No hay dos mentes iguales ni dos corazones iguales. Somos un milagro único. Vivir puede ser un viaje de exploración que nos permite descubrir nuestra originalidad y singularidad para ponerla al servicio a la vida. Entonces hay sentido y propósito, entonces el esfuerzo no es sacrificio.

Para hacer el viaje es preciso no perder de vista la naturaleza y su funcionamiento. Permitirnos pasar tiempo en entornos no creados por el ser humano. Experimentar la vida desde su manifestación primigenia que es la naturaleza. Solo en contacto con aquello que es más grande que nosotros mismos podemos equilibrar nuestra individualidad en un punto medio entre el aislamiento y la fusión.