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Lo que perdimos cuando dejamos de ser salvajes

Cuando decimos ‘lo salvaje’ nos referimos al funcionamiento de la naturaleza y a las dinámicas que le son propias, a veces también llamadas ley natural. En contraste, ‘lo civilizado’ se refiere a aquello que está supeditado a las leyes y normas inventadas por los seres humanos.

Si estás leyendo este artículo es porque eres una persona civilizada. Y todas las personas de tu entorno también. Pero, aunque no nos lo cuestionemos en nuestra cotidianidad, hay en nosotros un anhelo de lo salvaje. Tenemos un deseo latente de recuperar la libertad y espontaneidad en la que los seres humanos hemos vivido la mayor parte de nuestra andadura por este planeta. Durante 200.000 años fuimos parte de la unidad y hace tan solo 2000 que hemos pasado a considerar la naturaleza como algo externo a nosotros. En muy poco tiempo nos hemos convertido en civilizados. Este cambio nos ha permitido vivir con cierta seguridad, predictibilidad y comodidad. Pero también hemos perdido mucho. 

La desconexión de la naturaleza ha propiciado la aparición de la ansiedad, el estrés, la depresión y la soledad. El ‘yo civilizado’ y separado del todo natural vive en desconexión. Vivir aislados en nuestra propia individualidad nos lleva al exceso de pensamiento y a la rumiación mental.  
Las relaciones interpersonales también han quedado empobrecidas en el proceso civilizador. Vivimos en un laberinto de normas, roles, pautas de conducta, ‘nosepuedes’ y ‘deberías’ que imposibilitan nuestra frescura y espontaneidad. Somos empujados a invertir una gran cantidad de energía en defender nuestro “yo” y en esforzarnos en proyectar una imagen que reciba la aprobación de los demás

La naturaleza nos gusta a todos, nos inspira y en ella sentimos que restauramos la salud y el equilibrio. Sin embargo, incomprensiblemente, pocas veces la consideramos fuente de auto-conocimiento, desarrollo del potencial personal o sanación psicoespiritual.

Para  reequilibrarnos y desarrollar nuestro potencial personal necesitamos necesitamos restaurar las cualidades de lo salvaje. Estas cualidades son la espontaneidad, el presente, el instinto, la intuición, la libertad, el juego, la fluidez y el acceso al silencio interior.
Además, lo salvaje tiene también una dimensión espiritual. Nos sitúa frente al misterio trascendente de la vida, nos permite una conexión profunda con la belleza y nos trasmite su sabiduría mostrándonos el cambio, la interconexión y el continuo fluir de nacimientos y muertes.  

Ser civilizados tiene sus ventajas y nos ha permitido adaptarnos al medio, sin duda. Aceptando este hecho, podemos formularnos preguntas. Sentarnos con la vida y dialogar con ella.  ¿Podemos recuperar ‘lo bueno’ de lo salvaje? ¿estamos obligados a escoger entre lo civilizado o lo salvaje como si fueran dos modos excluyentes?, ¿Y si fueran compatibles? ¿Y si pudiéramos vivir una vida más libre, plena y feliz recuperando parte de lo que hemos perdido en el proceso civilizador? No se trata de tirar nuestros teléfonos ni de irnos a vivir a una cueva, por supuesto. Ni siquiera de ir a vivir al campo. Se trata de recuperar las cualidades de lo salvaje.

Todo aquello que buscan las prácticas de desarrollo personal y espiritual está, en última instancia, en la naturaleza. A veces convertimos lo simple en complejo y perdemos de vista lo esencial. Pero también podemos tomar el camino más simple y efectivo, el que consiste en ir directamente a la fuente y beber de ella.